El bautismo
Evaristo Carlos Nepomuceno Godoy, alias “El negro”.
El hombre, rubio no era. Vestía bombachas batarazas,
sombrero negro, un chaleco de color indefinido con rastros de no conocer jabón.
Las alpargatas con flecos y un aroma que lo anunciaba de
lejos.
Viejo y flaco el matungo, hace mucho que ya no galopa, pero
el, lo aprecia, así como su montura, que otrora fuera un motivo de orgullo.
Se apeó, ato el caballo a la rama más baja, que daba a la
sombra, se acomodó la corralera y se dirigió a la puerta.
-¡Ave Maria purísima! ¿Puede dentrar un paisano que no trae
nada en la mano? (gritó desde la puerta) De adentro le contestaron; -¡ Noooo!
Pero al Evaristo Carlos Nepomuceno Godoy (alias “el negro”)
eso no lo intimidó, entro igual. Se quitó el sombrero de ala ancha saludando a
toda la concurrencia, y como quien no quiere la cosa, se arrimo a la mesa,
saboreando con la mirada un vaso de vino que lo llamaba.
La Anastasia Casimira, esposa del Atilio (dueño de casa)
parada en medio del patio, cruzada de brazos, con un movimiento acompasado y
nervioso del pié izquierdo, cabeza inclinada hacia la derecha, la mirada fija y
un rictus de enojo en su boca lo increpó. -¡Qué raro! Usted a la hora de la
comida.
El hombre no se inmutó, sin darle importancia dijo; “-Pasaba
por acá y quise saludar”.
Y como quien no quiere la cosa, continuó diciendo. “-¡Que
calorón eh!, el sol te da una sed, que para que te cuento”.
-Ya lo sabia yo, (dijo en tono molesto la Anastasia
Casimira), vino por el trago, viejo ladino. El Atilio le hacia señas para que
se calle, mientras le alcanzaba un vaso al Evaristo, quien ni se dio por
enterado, pero eso sí, alabó las empanadas que estaban sobre la mesa, lo que obligó por educación a
pedirle que se sirviera. “-Una sola para no despreciar” (dijo el viejo). Y,
mientras masticaba sin soltar el vaso, preguntó; “-¿Y que se festeja?, si se
puede saber, digo”.
Una de las hijas del Atilio respondió, “-El bautismo del
Ramoncito, ya es crestiano”.
-Pero, haberlo sabido, habría traído un regalo, (mintió el viejo) ¿y donde anda el muchachito?, (preguntó mientras miraba alrededor, como buscando).
-Pero, haberlo sabido, habría traído un regalo, (mintió el viejo) ¿y donde anda el muchachito?, (preguntó mientras miraba alrededor, como buscando).
“-¿Y donde puede
estar, si es un bebé?, en la cuna o en brazos de su madre”. Respondió de mala
manera la Anastasia, que se salía de la vaina por tomar una escoba y sacar al
viejo como a rata por tirante.
Pero como toda la gente miraba, algunos de acuerdo con la
patrona, otros soslayando una sonrisa. Todos conocían al Evaristo, que a todo
esto se había instalado y ya iba por la sexta empanada, pero eso si, para no
molestar, al vino, se lo servia solo.
La tarde transcurría en paz, la charla era amena, el
Evaristo seguía acodado en la mesa y al parecer con mucha sed.
La Zulema era amiga de la familia, que por supuesto la
invitó, llegó sonriente con un regalo para el agasajado, su voluminosa figura
se recortó en la puerta. Evaristo volteo a mirar y no tuvo mejor ocurrencia que
saludar a su estilo.
“-Vaacaaa yendo gente al baile”. Zulema lo fulminó con la
mirada. “-Mas vaca será su hermana, viejo mal educado”. Anastasia tomo la escoba
decidida, ya no soportaba más, se
dirigió al viejo, que por las dudas se sirvió otro vaso. Momento duro. La gorda
avanzaba furiosa arremangándose, la Anastasia por el otro lado blandiendo la
escoba, cual si fuera un garrote. El Atilio desesperado, dejo su nieto en
brazos de no sabe quien y corrió a separar a las mujeres, de paso ligó un
escobazo. El viejo se quedó tieso, solo movía los ojos esperando el golpe, para
colmo un par de mujeres pasaditas de peso se unieron a la dueña de casa,
entonces respiró hondo y dijo;
“-Bueno, me parece que me voy a ir yendo, ya se está haciendo tarde”, y arrancó sin soltar el vaso. Una de las mujeres corrió hacia la puerta para cortarle el paso, Atilio trataba en vano de sostener a su mujer, y con el cuerpo frenar a la gorda. El resto de los hombres cruzados de brazos, entre carcajadas disfrutaba el espectáculo.
“-Bueno, me parece que me voy a ir yendo, ya se está haciendo tarde”, y arrancó sin soltar el vaso. Una de las mujeres corrió hacia la puerta para cortarle el paso, Atilio trataba en vano de sostener a su mujer, y con el cuerpo frenar a la gorda. El resto de los hombres cruzados de brazos, entre carcajadas disfrutaba el espectáculo.
Algunos chicos comenzaron a llorar, el griterío y los
insultos al viejo iban en aumento, hasta los perros ladraban asustados. La
madre de la criatura lloraba desconsolada, el marido un poco más que alegre,
tomo cartas en el asunto y tomando al viejo de los fundillos, lo arrastró hacia
la puerta, la suerte del Evaristo ya estaba echada. Pero….
En ese momento llegó el cura del pueblo.
“-Ave Maria purísima”, (saludó) “-Sin pecado concebida”, respondieron las mujeres, (algunas con culpas, claro). Evaristo se sintió depositado nuevamente sobre sus plantas, sin pensarlo le ofreció el vaso que no había derramado ni una sola gota al cura, asiduo compañero de copas.
“-Ave Maria purísima”, (saludó) “-Sin pecado concebida”, respondieron las mujeres, (algunas con culpas, claro). Evaristo se sintió depositado nuevamente sobre sus plantas, sin pensarlo le ofreció el vaso que no había derramado ni una sola gota al cura, asiduo compañero de copas.
“-Hola padrecito, a usted me lo manda Dios”, el cura no se
hizo rogar, tomo la copa y la saboreó. “-Ansina es mijo, el cuida a sus
criaturas” (dijo guiñando un ojo”).
Las mujeres que aún tenían los ojos inyectados en sangre,
sonrieron e invitaron al cura a sentarse. El viejo por las dudas se sentó a su
lado, invitándolo a servirse una empanada mientras el hacía lo mismo, miró de
soslayo a las mujeres, Anastasia con el canto de la mano sobre su garganta le
anunció lo que le esperaba, el viejo por toda respuesta la saludó con una
sonrisa.
La noche siguió entre música y baile, del asunto no se hablo
mas, pero eso si, a la mañana lo despertaron al Evaristo para que se vaya a su
casa, el sol estaba alto y las moscas pululaban sobre su cabeza.
Se levanto de la silla, miró a su alrededor, se desperezó,
lo miró al Atilio y mientras se ponía el sombrero, saludo diciendo; “-Y bueh,
habrá que dirse nomás”, pero se volvió
diciendo; “-¿Sabe? Tengo la garganta reseca”.
El Atilio hizo señas de que no había mas nada y le señaló el
pozo de agua. El viejo puso cara de asco y salió.
El caballo que había
pasado la noche atado, resopló al ver a su dueño, el viejo lo miró y le dijo; “-Flojo el
bautismo, si sabia no venia”.
Tras la polvareda, la figura del viejo. Se fue perdiendo.
Me encantó el relato, bien detallado, las imágenes justas, parece que uno estuviera allí dentro. Y el toque de humor que muestra a un tipo muy común en nuestros pueblos, aquí le llamamos "garronero"...
ResponderEliminarAquí también lo llamamos así, tuve oportunidad de ver a varios en mi estancia en el campo.
EliminarUn abrazo
Le cabría el apodo de "gallina vieja", porque come, come y no pone nunca...
ResponderEliminarAun hoy cunden estos personajes que siempre aparecen a la hora de los bifes o de la mateada.
Muy bueno y gracioso, sobre todo lo del cura compañero de tragos.
Como le comento a Hugo, en mi estancia en el campo logré conocer mucha gente que me dieron color para estos relatos.
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