El Romualdo
Romualdo Leguizamón, nos es cualquier tipo, su fama de guapo
trascendió el sur de la capital, su daga fue famosa y respetada.
Nació a orillas del Maldonado, en un hogar humilde, aunque la
vida lo golpeó, el no se amilanó. El barro de la calle lo forjo y lo hizo duro.
Nunca fue a la escuela, ¿para que?, los guapos como el sólo
necesitan su daga, y el poncho pampa que nunca lo abandono. Soportó ver a su
madre derrumbada por el alcohol, haciendo la vida en un piringundín de mala
muerte. Se mordió jurando cobrarse con cada uno de los tipos que la usaba, pero
más adelante comprendió y trato de ayudarla para que deje esa vida. A su padre
jamás lo conoció, dicen que era un changarín del puerto, y sobre todo gran
bailarín, llevaba el tango en sus venas.
Romualdo heredó ese prestigio del hombre, alguien recuerda
haber oído al cantinero del Armenonvíl, decirle; “Oiga Leguizamón, me esta
gastando el piso hombre”, Este le respondió; “Tranquilo Venancio, anda y me
servís otra caña”.
Ya pasados los cuarenta, seguía soltero, a pesar de que las
candidatas hacían fila para conseguir sus amores, hombre duro para acollararse.
Pero un día, en un bailongo, dos ojásos renegridos como la noche lo encandilaron,
y así entre filigranas de un tango bien canyengue, sucumbió. El romance que allí
nació, lo marcó para siempre.
Ella era mucho menor, una niña bien que no se privaba de los
placeres de la vida, lo provocó con la mirada, el acepto el envite, y sin más
salieron a bailar, ante la envidia de las demás mujeres. Ella se sabía
ganadora, nunca se le escapó un candidato, pero este era el premio mayor.
Contrastaba la juventud, la belleza y sobre todo la imagen
fina y elegante de ella con la estampa recia y varonil del guapo, pero eso no
les importaba. Noche a noche se vieron entre copas de champagne, tangos y
arrumacos, así fue pasando el tiempo, hasta que…
Como siempre el diablo metió la cola. Una noche apareció un
joven muy bien plantado, y con mentas de cuchillero, arrogante y muy audaz, se
corrió la voz que era de Monserrat, no
venía solo, un par de compinches lo acompañaban, aduladores y también
fanfarrones como el, bien vestidos, eran del centro, ademas en una voiturette
último modelo, (regalo de papá) ocuparon una mesa y pidieron champagne,
relojearon el mujeraje, y este clavo los ojos en la dama del taita, que no dijo
nada pero se quedó mirando.
El joven envalentonado, tras apostar con sus amigos, se
dirigió a la mesa e invito a bailar a la dama, ella le regaló una sonrisa y
miró a su hombre para ver su reacción, este solo dijo; “Andate muchacho, no
molestes”. El joven lo ignoró e insistió con el galanteo. Romualdo sin
inmutarse le dijo; “No juegues con tu vida”, y se le quedó mirando, el otro con
una mirada burlona, sonriendo se abrió el saco para mostrarle el revolver que
portaba en la cintura. “¿Y crees que con eso basta?”, preguntó Romualdo.
El joven se paró ante el con las manos en la cintura, y su
sonrisa burlona. “¿Por qué viejito?” (Preguntó). El guapo se levantó despacio,
acomodando el funyi, y se plantó ante el insolente, “No digas que no te
advertí”, (le dijo) el muchachito llevo las manos a la cintura para sacar el
arma, pero un planazo en pleno rostro lo acostó cuan largo era, tras un momento
de incertidumbre, atontado por el golpe se paro arma en mano, sonaron tres
disparos que se perdieron quien sabe donde, mientras caía en un gran charco de
sangre.
El resto es historia, tras defender con coraje su amor, terminó en la gayola, doce largos años en la
sombra, los que templaron su espíritu, llevándose su fama de guapo.
Al salir la buscó afanosamente, ella nunca lo visitó, sólo
le quedaba su recuerdo. Al cabo de algún tiempo se enteró que ya tenía otra
vida, lógicamente dentro de su escala social.
Acodado en el estaño, con unas cuantas cañas de más, hoy la recuerda,
pero no le guarda rencor, el ha cambiado, ya no se luce bailando, ni lleva
consigo su daga.
Su actual pareja lo comprende, comparten un amor sin
fronteras, se conocieron en aquellos años de encierro, compartían celda, y así
nació el romance. Romualdo y Juan Manuel son felices.
Como dije al comienzo, Romualdo Leguizamón , no es cualquier
tipo.
Luis A. Molina
"LA VIDA TE DA SORPRESAS....SORPRESAS TE DA LA VIDA"como dice la canción....
ResponderEliminar...a medida que voy leyendo tus relatos no imagino nunca como será el final.....
MOLI..siempre me sorpréndes
Acá no te quepa duda que triunfó el amor.
EliminarComo decía Olmedo, "Éramos tan pobres"...
Un abrazo amiga.