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jueves, 23 de febrero de 2012

Clara

Clara


Clara era muy joven para esa soledad. Allí había llegado con Rodrigo buscando un nuevo horizonte. Se sentían tan libres. Todo un mundo alrededor sólo para ellos, a él le encantaba ese lugar, ella de a poco se fue acostumbrando. Ella había prometido seguirlo a donde fuera, y lo estaba cumpliendo, aún a costa de haber abandonado sus sueños, amistades, una carrera universitaria. Lo amaba y eso era lo único que importaba.

Acababa de terminar el secundario y ya soñaba con la facultad; ansiaba estudiar Derecho. Lo vio y no pudo olvidar su manera de hablar, su aspecto de aventurero, no era la única que lo admiraba, ya que era el comentario dentro del grupo de chicas del lugar. Se sintió presa, ansiando solo estar en sus brazos y ser correspondida.
El también quedo prendado de su encanto, esa risa cantarina y sobre todo el celeste de su mirada, la larga cabellera de color castaño claro que bajaba más allá de sus hombros.

Sábado a la noche. El grupo de amigas salió a divertirse, Clara no imaginó que aquella sería su tan ansiada noche, “él”, estaba allí.
Un baile fue el motivo esencial para el encuentro y a partir de allí no se separaron más. El debía partir, ya lo tenía planeado, quería forjar un futuro en un lugar remoto de la Patagonia, siempre lo había deseado y a través de la gestión de un tío había conseguido este puesto de guardafauna. Le insinuó compartir esta nueva etapa, ella no lo dudó, y así fue como llegaron a este lugar.

Todo era lúdico al principio, la belleza del entorno, la proximidad de la montaña, el valle que se extendía ante la vista, cual si fuera una postal. Un par de kilómetros hacia el sur un lago completaba el panorama.
La pareja vivía feliz, siendo tan compinches sin apartarse casi nunca, solo cuando el debía hacer su recorrida mensual, eran un par de días en los cuales recorría el parque a caballo acompañado por un lugareño, era una larga travesía.

Clara debía quedarse sola. Le costaba hacerlo, sobre todo por las noches, pero con el tiempo fue dominando el miedo. El vecino más cercano estaba lejos, cruzando el río, y se veían muy poco, así que pasaba esos días cuidando sus animales y una huerta que les brindaba el sustento.
Aprendió a soportar la crudeza del invierno. El hecho de estar tan cerca de la cordillera lo tornaba más cruel, solían quedar aislados durante semanas, al volver, el sol dibujaba una sonrisa en el rostro de Clara
.
Aquel invierno había sido duro, ya la primavera templaba el ambiente, la nieve, casi había desaparecido, una nueva alegría dominaba a la pareja; Clara lucía una panza de siete meses, y por las noches barajaban miles de nombres para el que seguro iba a ser un varón. En sus pocos ratos libres el había construido una cuna con madera del lugar. Ella no se sentía muy bien, había bajado de peso, producto de un estado gripal que la afectó durante el invierno, como no pudo salir por la intensa nevada debió curarse solo a medias, todavía la tos la agitaba y debía sentarse a descansar. Algunas veces solo quedaba recostarse hasta sentirse mejor.
Por ser tan orgullosa, de ninguna manera dejaba sus obligaciones a pesar de los retos de su marido, consideraba que no era nada más que cansancio.
Rodrigo debió  partir a su recorrida como tantas veces, Ella lo despidió desde la galería. Se quedó mirando hasta que el y su caballo se perdieron tras la lejana arboleda. Para no sentirse triste se puso a trabajar de inmediato; Así, pasó la mañana. Pero después de almorzar comenzó a sentirse mal, sintió palpitaciones y un dolor agudo en su vientre. Se recostó como siempre, esperando que pasara, pero eso no ocurrió. Asustada y nerviosa decidió salir a buscar ayuda. Caminó por el bosque varias horas, el dolor cada vez era más fuerte, se sentía ahogada; pero aún así no claudicó.
Ya era noche cuando tras vadear el río, vio la casa de sus vecinos, las fuerzas la abandonaban, las contracciones eran cada vez más intensas, ya casi no podía caminar.
Comenzó a gritar pidiendo ayuda, por suerte desde la casa la escucharon gracias al silencio de la noche. El matrimonio y su hijo salieron presurosos linterna en mano hacia donde se encontraba. Ya no caminaba, había roto bolsa y el líquido amniótico cubría sus piernas. Se había dejado caer junto a un árbol. Casi no podía respirar (Las contracciones eran constantes. Un fuerte dolor en el pecho le quitaba la respiración). Al llegar la encontraron sentada en el suelo tomándose el pecho, muy agitada, los ojos muy abiertos, y también asustada. La mujer se abocó de inmediato a ayudar a nacer a la criatura, el hombre trató de ayudar a Clara, que con cada contracción apretaba más fuerte (el brazo del hombre). El bebé ya estaba en las manos de la mujer, y Clara ya sin fuerzas quedó quieta.
Un llanto se dejo oír en la noche, anunciando una nueva vida. Clara, no lo escucho.



Luis A. Molina

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