-Escúchame Clodomiro, soy tu padre, y tengo muchos más años
y experiencia que vos.
No se puede andar por la vida, así como así nomás, tienes
que crecer mijo, ya sos un hombre. ¿Que es eso de andar disfrazao, haciendo el
ridículo por el pago? Él hijo de Arancibio Velásquez no puede ser el hazmerreír
de todos. Mira a tu hermano, el si sabe hacerse respetar, sus pares lo admiran,
yo estoy orgulloso de decir que es mi hijo, hombre fuerte y duro pa´l trabajo,
lo malo es que se equivocó con la mujer, pero buéh, ya va a salir en libertad,
y ni ella, ni el otro se van a poder esconder.
Usted será muy moderno, claro, allá en la capital es
diferente. No, no me mire así, yo se bien lo que le digo, ¿porque cree que
siempre me han respetao? Nadie me ha dicho jamás lo que le dicen a usted,
porque seguro termino preso como su hermano, pero con la frente bien alta, un
Velásquez no se deja humillar por naides carajo.
Ahora usted me viene con esa musiquita y esos amigotes raros
que tiene. El negro ese con el pelo tuito enrredao, la jeta llena de esos aros
que se ponen, usted les dice….
Ma´ que se yo como les dice, hasta en la lengua tiene, ese
tipo está loco, y usted no joda, mire como le han quedau las orejas, llenas de
ahujeros, parece un queso. Y todas esas pulseritas de colores ¿pa´ que son?
Ayer en el boliche, él Juan Argüello me miró y me dijo; “-Che,
Arancibio, el pibe tuyo ¿de que la va? Como lo miré mal, se disculpo diciendo;
“-Te pregunto nomás”.
Le dije que eras actor, no se en que teatro, y que también
cantabas y tocabas la guitarra elétrica. “-¡Ah! bueno”, (me contestó) “así si”,
los otros se dieron vuelta para reírse, yo me hice que no los vi.
Pa´ colmo apareció el flaquito de los pelos de colores, ese
amigo tuyo y me preguntó;
“-¿Está Clodi?”. Él Toribio
se ahugó con el vino, le salía de la nariz, ¡bien hecho!, por burlísta. Santos
y el pelau se fueron a reír pa´ ajuera.
Clodomiro lo miraba nada más, clavaba nervioso sus uñas en
la palma de su mano, el celular, comenzó a vibrar, levantó la tapa y leyó el
mensaje. -¿Qué pasa ahora? (preguntó el padre) el sólo hizo un gesto vago con
la cabeza como negando.
-¿Qué diría tu madre si te viera? (prosiguió el padre) Tanto
que hizo por vos, eras su preferido, te daba todos los gustos. Le dije, “Lo
estas malcriando”. Como siempre, no me escuchó. Eras su nene, y me enfrentaba
por defenderte. “Y ahora, mira como le pagas”.
Clodomiro con los ojos llenos de lágrimas, no podía más, para
colmo, la hermosa calza multicolor, que le habían traído de Europa estaba llena
de pelos del perro que criaba su padre, histérico se quito los suecos con
plataforma, arrojó con rabia la peluca rubia, y salió corriendo de la casa.
El padre lo vio irse, con esa manera tan extraña de correr,
levantando las manos con los dedos apuntando al cielo, y meneándose como
avestruz. Raro el muchacho. Recordó el momento cuando por primera vez lo
pusieron en sus brazos, se sentía orgulloso, ¡Un varón!, el primogénito. Soñó
con aquel hombre íntegro, que tomaría la posta en su vejez, que le daría
nietos, en los que volvería a sentir el nacimiento de la vida, en soñar en un
futuro, en mostrarles el camino con su experiencia de viejo, con la sabiduría
que le dio la vida a través de los años.
Lo miró alejarse, ¿en que me habré equivocao? (pensó), nunca
sabría la respuesta. Lentamente recogió los suecos y la peluca, reprimió el
deseo de arrojarlos quien sabe donde, mientras dos gotas de resignación hacían
huella en su rostro.
Se secó con el dorso de la mano, respiró hondo, y salió pal´
patio, desde allí observó a su hija
menor, sonriendo enamorada a ese muchacho moreno, grandote y curtido por el sol
de tantas jornadas en el campo.
“-¿Que tal don Arancibio? ¿Como esta?” (saludó el muchacho).
-Bien muchacho, bien,
¿Cómo anda la cosecha? (dijo el viejo)
-Está rindiendo mas
de veinte quintales, pero el calor te mata (fue la respuesta). El viejo lo
palmeó y siguió su camino, dejando a la parejita con sus arrumacos.
Recuerda el día en que llegó a su casa pidiendo hablar con
el, era un poco corto para expresarse, pero firme la mirada, con respeto pidió
permiso para visitar a la Mary, ella dijo quererlo. Como buen padre hizo varias
recomendaciones, pero contento por la elección de su hija, selló con un apretón
a esas manos duras y callosas el permiso.
Arancibio se vio reflejado en aquella figura varonil a aquel
muchacho que fue en su juventud.
Una brisa de esperanza lo alentó a seguir soñando.
Sentía sobre su espalda el peso de los años, que sin duda
habían sido duros, pero templaron su espíritu. Era joven y trabajador cuando
conoció a Adelaida, juntaron sus sueños formando una familia, ella le dio dos
varones y dos chinitas que fueron su debilidad, disfrutó volver día a día del
campo y verlos crecer, hasta que una noche ella se fue para siempre, victima de
una dolencia que no le dio oportunidad, los chicos habían crecido y por la
escuela se mudaron al pueblo.
El nunca volvió a rehacer su vida, se dedicó a criar a sus
hijos, formarlos para el futuro. No quería que tuvieran la vida dura que a el
le había tocado, por lo que consideró que debían estudiar, la menor ya estaba
terminando, la mayor trabajaba en un comercio, y Clodomiro… ahí anda, mientras
su hermano purga una condena por defender su honor.
Arancibio se paró bajo un algarrobo que vio crecer a sus
hijos, mientras armaba un cigarrillo, vio venir a su hijo, con la cabeza gacha
y los ojos enrojecidos, se paró frente a el, lo miró, y un profundo abrazo
reemplazó a las palabras.
Una brisa fresca de sur, alivió el calor de esa tarde de
diciembre.