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martes, 28 de febrero de 2012

El final





Ya las luces se fueron apagando, comenzó a reinar el silencio, solo roto por alguna tos esporádica, o los pasos del guardia. Recostado, la vista fija en el techo, como cada noche, urdiendo un plan estaba Lucho, nunca se daría por vencido, debía salir de allí. Cuatro años era mucho tiempo, y aún le faltaba purgar más de veinte.
 Recuerda aquella noche, era un trabajo fácil, hasta que tropezó con un mueble, no sabia que en el piso de abajo dormía el muchacho. Y después, la confusión, apareció de repente, se trabaron en lucha, el no quiso hacerlo, pero al caer hacia atrás el golpe fue mortal, no alcanzó a huir, los patrulleros ya estaban allí, alguien los había alertado. Fue fácil para ellos, el nunca usó un arma, para colmo estaba asustado.
Nadie creyó en su inocencia, el juicio fue rápido, le dieron veinticinco años, cuando salga en libertad va a estar pisando los sesenta, no lo puede creer.

La soledad lo esta enloqueciendo, nadie viene a visitarlo. “Ella”, ¿Dónde estará? Pensar que le juró fidelidad, eso si, cada vez quería más y más, el nunca se negó. Aún así no se conformaba.
 Con el producto de este trabajito pasarían unos días en la costa. Ella quería conocer el casino, así podía estrenar el documento, era nuevecito. Cierra los ojos y la recuerda, era tan delgada, con el cabello castaño y largo, le llegaba hasta la espalda. El Laucha se la quiso quitar, ¡que paliza se comió! Con la vieja y con la mina no se jode. ¿Qué hará ahora? Del laucha tampoco sabe nada, la vieja pobre, estaba mal, y con lo de el se puso peor, la hermana no lo habla, los “amigos” no quieren quedar pegados, así que ninguno se asoma.
La vieja, (recuerda) siempre me decía; “Luchito, estudia, para que puedas tener un futuro”.

El Cacho siempre tenia plata, me regalaba fasos, pagaba la birra y alguna joda con esas amigas de el. ¡Que bien la pasábamos! El día que me pidió que lo acompañe, vi que era fácil, no había nadie, hicimos rápido y nos quedó mil y pico a cada uno. Desde entonces siempre lo seguí, hasta que me enganche con ella, al Cacho no le gustó, cuando me lo dijo, me enojé. “-Hace lo que quieras”, me dijo, y se borró.
Tenia razón el Cacho.
Es larga la noche. Daría cualquier cosa por un faso.
-¿Quién es el que tose?, ¡como jode!
Poco a poco lo invade el letargo.

Esa mañana, en el patio, charlando con el veterano, (ya llevaba mas de veinte adentro, y tenia perpetua) le contó que bajo la lavandería, pasaba un túnel. Era un desagüe, viejo y peligroso, no sabía bien donde salía, pero seguro que fuera de los muros. Alguien le había contado, que bajo una de las lavadoras, había una tapa, por allí se ingresaba, era oscuro y bastante estrecho, nadie se había animado.
Cuando pudo ir a la lavandería vio la tapa, la pata de una de las máquinas estaba sobre ella y por un agujero drenaba el agua de la misma. Esta era pesada, pero si conseguía una barreta podría moverla, no eran más de veinte centímetros.
No iba a ser fácil, pero estaba seguro que lo iba a intentar.

Pasó dos meses estudiando el terreno, la rutina de los guardias, donde se podría esconder, y hasta probó mover la máquina, (no era tan pesada) el problema era la cañería de agua, pero ya lo resolvería.
Con una sonrisa de triunfo volvió a su celda.

La suerte estaba de su lado, un día, la vibración aflojo las tuercas y comenzó a gotear, lo enviaron a buscar una llave y ajustar las pérdidas, puso cara de desgano y fue. Hacia calor, el aire estaba pesado, se avecinaba una tormenta, el guardia ademas de molesto estaba adormilado, no notó que el se escondió bajo una pila de ropa, tampoco notó que no había devuelto la enorme llave, permaneció escondido hasta que este se retiró y cerró la lavandería.
Con mucho sigilo, cerró el paso del agua, tratando de no hacer ruido, aflojo las tuercas, tras sacar el caño utilizó la misma llave de palanca y gracias al jabón que cubría el piso, la máquina se deslizó sin ruido.
La tapa era pesada, y le costó trabajo moverla, el tronar de la tormenta impidió que escucharan sus ruidos, a poco comenzó a diluviar.
¡Que extraño! ¿No habrían detectado su ausencia?
Se deslizó hacia el túnel, era estrecho y resbaladizo, tendría unos treinta centímetros de agua, que se movía con rapidez.
En cuclillas avanzó en la oscuridad, se topó con un sin fin de cosas que arrastraba la corriente, bordes filosos lo lastimaban, ansiaba ver un reflejo de luz mas adelante, pero no se notaba nada.
Ese extraño rumor que sintió a sus espaldas lo preocupó, para colmo cada vez era más fuerte, trató de apurarse, avanzo a tientas hasta que su cabeza chocó contra algo firme. Sus manos reconocieron una reja, y varias cosas que iban quedando atrapadas contra la misma. El rumor ya casi estaba sobre el, y era muy fuerte, entonces comprendió. La tormenta.
Era tarde para regresar, el aluvión lo golpeo con fuerza, desesperado trato de huir, pero no había donde. Poco a poco sus pulmones quedaron sin aire, y fue entonces que comenzó a sentir esa extraña libertad, ya no estaba preso, solo su cuerpo inerte quedo allí.
Era libre al fin, los barrotes no pudieron retener su alma.


Clodomiro


-Escúchame Clodomiro, soy tu padre, y tengo muchos más años y experiencia que vos.
No se puede andar por la vida, así como así nomás, tienes que crecer mijo, ya sos un hombre. ¿Que es eso de andar disfrazao, haciendo el ridículo por el pago? Él hijo de Arancibio Velásquez no puede ser el hazmerreír de todos. Mira a tu hermano, el si sabe hacerse respetar, sus pares lo admiran, yo estoy orgulloso de decir que es mi hijo, hombre fuerte y duro pa´l trabajo, lo malo es que se equivocó con la mujer, pero buéh, ya va a salir en libertad, y ni ella, ni el otro se van a poder esconder.

Usted será muy moderno, claro, allá en la capital es diferente. No, no me mire así, yo se bien lo que le digo, ¿porque cree que siempre me han respetao? Nadie me ha dicho jamás lo que le dicen a usted, porque seguro termino preso como su hermano, pero con la frente bien alta, un Velásquez no se deja humillar por naides carajo.

Ahora usted me viene con esa musiquita y esos amigotes raros que tiene. El negro ese con el pelo tuito enrredao, la jeta llena de esos aros que se ponen, usted les dice….
Ma´ que se yo como les dice, hasta en la lengua tiene, ese tipo está loco, y usted no joda, mire como le han quedau las orejas, llenas de ahujeros, parece un queso. Y todas esas pulseritas de colores ¿pa´ que son?

Ayer en el boliche, él Juan Argüello me miró y me dijo; “-Che, Arancibio, el pibe tuyo ¿de que la va? Como lo miré mal, se disculpo diciendo; “-Te pregunto nomás”.
Le dije que eras actor, no se en que teatro, y que también cantabas y tocabas la guitarra elétrica. “-¡Ah! bueno”, (me contestó) “así si”, los otros se dieron vuelta para reírse, yo me hice que no los vi.
Pa´ colmo apareció el flaquito de los pelos de colores, ese amigo tuyo y me preguntó;
 “-¿Está Clodi?”. Él Toribio se ahugó con el vino, le salía de la nariz, ¡bien hecho!, por burlísta. Santos y el pelau se fueron a reír pa´ ajuera.

Clodomiro lo miraba nada más, clavaba nervioso sus uñas en la palma de su mano, el celular, comenzó a vibrar, levantó la tapa y leyó el mensaje. -¿Qué pasa ahora? (preguntó el padre) el sólo hizo un gesto vago con la cabeza como negando.
-¿Qué diría tu madre si te viera? (prosiguió el padre) Tanto que hizo por vos, eras su preferido, te daba todos los gustos. Le dije, “Lo estas malcriando”. Como siempre, no me escuchó. Eras su nene, y me enfrentaba por defenderte. “Y ahora,  mira como le pagas”.

Clodomiro con los ojos llenos de lágrimas, no podía más, para colmo, la hermosa calza multicolor, que le habían traído de Europa estaba llena de pelos del perro que criaba su padre, histérico se quito los suecos con plataforma, arrojó con rabia la peluca rubia, y salió corriendo de la casa.

El padre lo vio irse, con esa manera tan extraña de correr, levantando las manos con los dedos apuntando al cielo, y meneándose como avestruz. Raro el muchacho. Recordó el momento cuando por primera vez lo pusieron en sus brazos, se sentía orgulloso, ¡Un varón!, el primogénito. Soñó con aquel hombre íntegro, que tomaría la posta en su vejez, que le daría nietos, en los que volvería a sentir el nacimiento de la vida, en soñar en un futuro, en mostrarles el camino con su experiencia de viejo, con la sabiduría que le dio la vida a través de los años.
Lo miró alejarse, ¿en que me habré equivocao? (pensó), nunca sabría la respuesta. Lentamente recogió los suecos y la peluca, reprimió el deseo de arrojarlos quien sabe donde, mientras dos gotas de resignación hacían huella en su rostro.
Se secó con el dorso de la mano, respiró hondo, y salió pal´  patio, desde allí observó a su hija menor, sonriendo enamorada a ese muchacho moreno, grandote y curtido por el sol de tantas jornadas en el campo.
“-¿Que tal don Arancibio? ¿Como esta?” (saludó el muchacho).
 -Bien muchacho, bien, ¿Cómo anda la cosecha? (dijo el viejo)
 -Está rindiendo mas de veinte quintales, pero el calor te mata (fue la respuesta). El viejo lo palmeó y siguió su camino, dejando a la parejita con sus arrumacos.

Recuerda el día en que llegó a su casa pidiendo hablar con el, era un poco corto para expresarse, pero firme la mirada, con respeto pidió permiso para visitar a la Mary, ella dijo quererlo. Como buen padre hizo varias recomendaciones, pero contento por la elección de su hija, selló con un apretón a esas manos duras y callosas el permiso.
Arancibio se vio reflejado en aquella figura varonil a aquel muchacho que fue en su juventud.
Una brisa de esperanza lo alentó a seguir soñando.

Sentía sobre su espalda el peso de los años, que sin duda habían sido duros, pero templaron su espíritu. Era joven y trabajador cuando conoció a Adelaida, juntaron sus sueños formando una familia, ella le dio dos varones y dos chinitas que fueron su debilidad, disfrutó volver día a día del campo y verlos crecer, hasta que una noche ella se fue para siempre, victima de una dolencia que no le dio oportunidad, los chicos habían crecido y por la escuela se mudaron al pueblo.

El nunca volvió a rehacer su vida, se dedicó a criar a sus hijos, formarlos para el futuro. No quería que tuvieran la vida dura que a el le había tocado, por lo que consideró que debían estudiar, la menor ya estaba terminando, la mayor trabajaba en un comercio, y Clodomiro… ahí anda, mientras su hermano purga una condena por defender su honor.
Arancibio se paró bajo un algarrobo que vio crecer a sus hijos, mientras armaba un cigarrillo, vio venir a su hijo, con la cabeza gacha y los ojos enrojecidos, se paró frente a el, lo miró, y un profundo abrazo reemplazó a las palabras.
Una brisa fresca de sur, alivió el calor de esa tarde de diciembre.

lunes, 27 de febrero de 2012

Hoy te soñé


Hoy te soñé



Hoy te soñé.
Apretándote contra mi pecho, o quizás
Tomaditos de la mano en una charla cordial
Contándote de la vida, respondiendo tus preguntas
Tratándote de mostrar, el camino por delante
Aquel que te ha de llevar, al futuro que hoy soñamos
Y que será realidad.

Hoy te soñé
¿Sabes como?, tratando de imaginar,
En tu rostro una sonrisa, dulce, como la de mamá
Y con la mirada firme, igualita a la de papá
Te imagino, con todo aquello que el te pudo dejar
Seguro habrás de heredar, su carácter, su bonanza
Y se acaba de escapar, una lágrima rebelde
por saber que no estará, para compartir la dicha
que yo si podré gozar.

Hoy somos muchos aquellos
Los que esperan nada más
Que en agosto llegue pronto
La cosecha del amor, que tú serás.


Febrero 27 de 2012

domingo, 26 de febrero de 2012

El bautismo


El bautismo



Evaristo Carlos Nepomuceno Godoy, alias “El negro”.
El hombre, rubio no era. Vestía bombachas batarazas, sombrero negro, un chaleco de color indefinido con rastros de no conocer jabón.
Las alpargatas con flecos y un aroma que lo anunciaba de lejos.
Viejo y flaco el matungo, hace mucho que ya no galopa, pero el, lo aprecia, así como su montura, que otrora fuera un motivo de orgullo.

Se apeó, ato el caballo a la rama más baja, que daba a la sombra, se acomodó la corralera y se dirigió a la puerta.

-¡Ave Maria purísima! ¿Puede dentrar un paisano que no trae nada en la mano? (gritó desde la puerta) De adentro le contestaron; -¡ Noooo!
Pero al Evaristo Carlos Nepomuceno Godoy (alias “el negro”) eso no lo intimidó, entro igual. Se quitó el sombrero de ala ancha saludando a toda la concurrencia, y como quien no quiere la cosa, se arrimo a la mesa, saboreando con la mirada un vaso de vino que lo llamaba.

La Anastasia Casimira, esposa del Atilio (dueño de casa) parada en medio del patio, cruzada de brazos, con un movimiento acompasado y nervioso del pié izquierdo, cabeza inclinada hacia la derecha, la mirada fija y un rictus de enojo en su boca lo increpó. -¡Qué raro! Usted a la hora de la comida.
El hombre no se inmutó, sin darle importancia dijo; “-Pasaba por acá y quise saludar”.
Y como quien no quiere la cosa, continuó diciendo. “-¡Que calorón eh!, el sol te da una sed, que para que te cuento”.
-Ya lo sabia yo, (dijo en tono molesto la Anastasia Casimira), vino por el trago, viejo ladino. El Atilio le hacia señas para que se calle, mientras le alcanzaba un vaso al Evaristo, quien ni se dio por enterado, pero eso sí, alabó las empanadas que estaban  sobre la mesa, lo que obligó por educación a pedirle que se sirviera. “-Una sola para no despreciar” (dijo el viejo). Y, mientras masticaba sin soltar el vaso, preguntó; “-¿Y que se festeja?, si se puede saber, digo”.
Una de las hijas del Atilio respondió, “-El bautismo del Ramoncito, ya es crestiano”.
-Pero, haberlo sabido, habría traído un regalo, (mintió el viejo) ¿y donde anda el muchachito?, (preguntó mientras miraba alrededor, como buscando).
 “-¿Y donde puede estar, si es un bebé?, en la cuna o en brazos de su madre”. Respondió de mala manera la Anastasia, que se salía de la vaina por tomar una escoba y sacar al viejo como a rata por tirante.

Pero como toda la gente miraba, algunos de acuerdo con la patrona, otros soslayando una sonrisa. Todos conocían al Evaristo, que a todo esto se había instalado y ya iba por la sexta empanada, pero eso si, para no molestar, al vino, se lo servia solo.

La tarde transcurría en paz, la charla era amena, el Evaristo seguía acodado en la mesa y al parecer con mucha sed.

La Zulema era amiga de la familia, que por supuesto la invitó, llegó sonriente con un regalo para el agasajado, su voluminosa figura se recortó en la puerta. Evaristo volteo a mirar y no tuvo mejor ocurrencia que saludar a su estilo.
“-Vaacaaa yendo gente al baile”. Zulema lo fulminó con la mirada. “-Mas vaca será su hermana, viejo mal educado”. Anastasia tomo la escoba decidida, ya no soportaba más,  se dirigió al viejo, que por las dudas se sirvió otro vaso. Momento duro. La gorda avanzaba furiosa arremangándose, la Anastasia por el otro lado blandiendo la escoba, cual si fuera un garrote. El Atilio desesperado, dejo su nieto en brazos de no sabe quien y corrió a separar a las mujeres, de paso ligó un escobazo. El viejo se quedó tieso, solo movía los ojos esperando el golpe, para colmo un par de mujeres pasaditas de peso se unieron a la dueña de casa, entonces respiró hondo y dijo;
 “-Bueno, me parece que me voy a ir yendo, ya se está haciendo tarde”, y arrancó sin soltar el vaso. Una de las mujeres corrió hacia la puerta para cortarle el paso, Atilio trataba en vano de sostener a su mujer, y con el cuerpo frenar a la gorda. El resto de los hombres cruzados de brazos, entre carcajadas disfrutaba el espectáculo.
Algunos chicos comenzaron a llorar, el griterío y los insultos al viejo iban en aumento, hasta los perros ladraban asustados. La madre de la criatura lloraba desconsolada, el marido un poco más que alegre, tomo cartas en el asunto y tomando al viejo de los fundillos, lo arrastró hacia la puerta, la suerte del Evaristo ya estaba echada. Pero….

En ese momento llegó el cura del pueblo.
 “-Ave Maria purísima”, (saludó) “-Sin pecado concebida”, respondieron las mujeres, (algunas con culpas, claro). Evaristo se sintió depositado nuevamente sobre sus plantas, sin pensarlo le ofreció el vaso que no había derramado ni una sola gota al cura, asiduo compañero de copas.

“-Hola padrecito, a usted me lo manda Dios”, el cura no se hizo rogar, tomo la copa y la saboreó. “-Ansina es mijo, el cuida a sus criaturas” (dijo guiñando un ojo”).
Las mujeres que aún tenían los ojos inyectados en sangre, sonrieron e invitaron al cura a sentarse. El viejo por las dudas se sentó a su lado, invitándolo a servirse una empanada mientras el hacía lo mismo, miró de soslayo a las mujeres, Anastasia con el canto de la mano sobre su garganta le anunció lo que le esperaba, el viejo por toda respuesta la saludó con una sonrisa.

La noche siguió entre música y baile, del asunto no se hablo mas, pero eso si, a la mañana lo despertaron al Evaristo para que se vaya a su casa, el sol estaba alto y las moscas pululaban sobre su cabeza.
Se levanto de la silla, miró a su alrededor, se desperezó, lo miró al Atilio y mientras se ponía el sombrero, saludo diciendo; “-Y bueh, habrá que dirse nomás”,  pero se volvió diciendo; “-¿Sabe? Tengo la garganta reseca”.
El Atilio hizo señas de que no había mas nada y le señaló el pozo de agua. El viejo puso cara de asco y salió.
 El caballo que había pasado la noche atado, resopló al ver a su dueño,  el viejo lo miró y le dijo; “-Flojo el bautismo, si sabia no venia”.
Tras la polvareda, la figura del viejo. Se fue perdiendo.

viernes, 24 de febrero de 2012

Te miré en silencio


Te miré en silencio.

Hoy te vi pasar.
Mi mente se remontó a los años de mi juventud, era un adolescente tímido, romántico y soñador. Parece que fuera hoy, ibas con tus amigas, te miré y quedé extasiado, tu largo cabello, tu figura, tu manera de caminar, oí tu risa, volvías de la escuela.
Extasiado, sin pronunciar palabra, me quedé paralizado y absorto, mis amigos se burlaron de mi, “¡Dále, bobo!”, y seguí mi camino. Pero sé que algo de mi quedó allí, contemplándote, vos, ni siquiera te enteraste.
Cada vez que podía me llegaba sólo para contemplarte, una vez pasaste a mi lado y pude ver tus ojos claros, al cruzarnos me miraste, sentí galopar mi corazón en el pecho, me volví para ver como te alejabas, hubiera querido decirte, no sé, “hola”, pero no pude, boquiabierto me quedé hasta que te perdiste al doblar la esquina.
Las tardes de un pueblo no tienen muchas opciones, pero en aquel entonces en una esquina recuerdo una calesita, las risas de los niños y el llanto del que no quería bajarse, ese girar multicolor frente a mi, con la música de aquellos años. Un santiagueño que le cantaba a su tierra, o a esa mujer, diciéndole; “Jamás podré olvidar, la noche que te besé”, otro decía:  “Fuiste mía un verano” . El grupo de muchachos, bochincheros, nos reuníamos allí, presumiendo a las chicas, vos también estabas, te miraba deseoso de que lo hicieras también, pero no, solo reías con tu grupo de amigas, suspirando al escuchar tu tema favorito, un día escuché tu nombre; “Paula”, y desde entonces mi almohada guardó el secreto, lo repetía hasta en mis sueños.
Crecimos, los bailes comenzaron a ser el punto de reunión, había que ir de traje, zapatos muy bien lustrados, y tener que ser catalogados por las madres (allí presentes), si ellas te desaprobaban, ya no tenias opción.
Había que arriesgarse a ser rechazado para salir a bailar, estabas sentada en una mesa con tus amigas y sus madres, te pedía en silencio que por favor me miraras, no me atrevía a arrimarme a tu mesa , tu belleza me cohibía, así que junté valor y me dije a mi mismo, “¡Vamos!”, pero él se me adelantó, lo vi arrimarse, te habló, le sonreíste y salieron a bailar, así fue toda la noche, cundió mi desazón, tuve que contener mi bronca, mis amigos me decían , “¿viste? , ¿que te dije?, encarala”, mi respuesta solo fue una mentira, “¡báh!, que me importa”.
El tiempo fue pasando y en los lugares comunes, siempre te veía……..estabas con él.
La vida hizo que tomáramos diferentes caminos, varias décadas pasaron, cada quien edificó su vida.
Hoy, después de tantos años, de nuevo te vi pasar, me miraste, tus ojos eran tan claros como antes, pero ya no eran indiferentes, sólo fue un instante el cruce de miradas, pero volví a sentir esa misma sensación de otrora, mi corazón  de nuevo se sintió un potro desbocado, la pequeña que iba de tu mano dijo, “¡Allí abu, allí!”, Y hacia ese lugar  salieron presurosas las dos, de nuevo te ví alejarte.
Siempre te miré al pasar, eras mi sueño.
Ella me sacó de mi obtracismo, tironeando mi mano dijo; “¡Dale abuelo, allá hay una hamaca!”.

Javier


Entró como tromba, llevándose todo por delante.
-¡Para loco!... ¿Qué haces?
-¡La ví!, ¡Es preciosa!
¡Me sorprendió!, nunca lo había visto así, gesticulaba, todo su ser sonreía.
Me la describió con lujo de detalles.
Estaba enamorado, claro para el, ella irradiaba sensualidad, ansiaba tenerla, poder acariciarla, frenético no paraba de hablar.

Quise explicarle, “Mira Javier vos tendrías que entender, que no estas preparado, ademas fíjate tus limitaciones, en donde vivís, que va a decir tu familia.”
El no me escuchaba, solo pensaba en ella, hacia planes, donde la llevaría, su mente divagaba y no me prestaba atención, estaba feliz.
Pobre Javier, nunca había tenido una tortuga.

El espejo


El espejo

La música lo atrapaba, con sus escasos años, parado frente al espejo, se desgañitaba entonando los temas que en la radio escuchaba. Sus padres lo miraban y además de alentarlo, le proponían temas.

Quiso aprender a tocar guitarra, era difícil superar la falta de convicción al estudio, pero de a poco fue logrando acompañarse y sus entonación mejoró. Del grupo de amigos que se reunían a cantar casi siempre en la playa, pasó a un grupo de melómanos , aprendió síncopa, a cantar en segunda y tercera voz, alguien lo invitó a unirse a un grupo, pero con tantas individualidades distintas, siempre era motivo de roces, y poco tiempo después ya todo había concluido.
Luchador como era, no cejaba en emprender nuevos caminos, cambió de estilo, entró en un concurso de nuevos valores, aunque no ganó, tan mal no le fue. Alguien le propuso actuar en un lugar de primer nivel, claro, la presencia era importante, había que invertir en ropa, así que tuvo que gastar lo que le quedaba, era una noche muy especial.

La noche fue pasando, cada artista actuó, el horario se extralimitó y tuvo que soportar la humillación de quedar afuera. En esta lucha tan despareja, el éxito es muy costoso. Cada vez con menos opciones fue abandonando de a poco el proyecto y sus sueños de fama, sin embargo, aceptó la invitación de un amigo de ir a probar suerte en Europa, de paso conocerían el continente. Con muy poco conocimiento de idiomas vagaron haciendo amistades con otros soñadores, perdedores como ellos. El tiempo pasó.

Hoy está parado en medio del escenario, las luces lo queman, el aplauso de miles de personas lo aturde, cierra los ojos y recuerda el largo camino recorrido, los obstáculos que hubo que sortear, estos últimos años de fama y giras interminables, dos gotas de orgullo escapan de sus ojos.
Y recuerda a aquel niño, al que sólo le falta el espejo…

Mirage


Mirage

Altiva y excelsa caminaba por la playa, tomó una caracola y se embelesó con el sonido de las olas lejanas, sus ojos en el horizonte divisaron una extraña barca.
 Tenía sed, el sol desde el cenit, era un disco imponente que a esa hora quemaba implacable.
Gustosa aceptó la copa que aquél muchacho le ofrecía, fresca y adornada con frutos tropicales, su cuerpo hambriento se regodeó con los manjares que sobre aquella mesa había.
Se sintió extasiada con el sonido de un vals, un dos tres, un dos tres, llevó hacia atrás su cabello, que caía cual rumorosa cascada, de las manos de aquel mozo, se deslizó suave y acompasada, se sintió elevada, sus pies, no rozaban el suelo, con los ojos entrecerrados giró y giró.
 Llevó nuevamente la copa a sus labios, el sol quemaba cada vez más, su cuerpo era fuego, ya no transpiraba, y su sonrisa se asemejaba más a una ¿mueca?
Abrió los ojos, observó todo a su alrededor, quiso llorar pero no pudo, se dejo caer lentamente en la ardiente arena, tuvo un estremecimiento y quedo muy quieta…
Así fue como la encontraron.
El sol, el cansancio, la sed y el desierto no perdonan……

jueves, 23 de febrero de 2012

La gata


La gata

-¡Esto no puede ser!, gritó azotando el periódico sobre el sillón.
-Por favor Roberto, ¡no hagas tanto escándalo!, trata de razonar, puedes estar equivocado. Le dijo mientras acomodaba las flores del jarrón, (siempre lo hace).
-Señor…
-Por favor Ramona, ¡ahora no!, ¿no ve que estoy ocupado?
-Pero señor yo…
-¡Basta ¡, ¡retírese ya!, ocúpese de sus cosas.
-Si señor como usted diga, (se alejó mascullando y golpeando con fuerza la puerta que da a la cocina). Ramona, es muy paciente, pero hoy la sacaron de sus casillas, tironeando el cuello de ese uniforme a cuadros que tanto odia, se acerco a la mesada, la gata maullando con la cola muy levantada le dio la bienvenida, Ramona tomo un trozo de queso y se lo arrojó, la gata agradecida.
En el living el escándalo seguía, Roberto vociferando, Natalia, su mujer tratando de calmarlo. El decía;
 “-¡los deje acá!”, “¡alguien los tomó!”. -Amor no había nadie en la casa, ¿lo recuerdas?, le respondió dulcemente.
Algo mas calmo se sentó en la sala y pidió un café, Natalia se lo pidió a Ramona, esta a regañadientes asintió.
Comenzó a sonar el teléfono, Ramona, que llegaba, dejo el café sobre la mesa ratona y atendió.
-Holaaaa, si, diga, ¿Qué?, ¿gatito?, acá sólo hay una gata, ¿usted con quién quiere hablar?, hola, hola, ¡cortó!, esta debe estar loca, quería hablar con el “gatito”.
Roberto desparramó el café sobre su camisa, para colmo estaba caliente, (el café) Natalia lo miró intrigada, -¡he! ¿Que te pasa?, el visiblemente consternado solo atino a balbucear algún monosílabo. ¡Estás muy torpe! -Lo se, (asintió), hoy no es mi día, visiblemente molesto se quitó la camisa y con el celular en la mano salió al parque.
Ramona desde la cocina alcanzó a escuchar; “Te dije que no me llamaras, lo se, pero acá no”, Ramona sacudió la cabeza y siguió en lo suyo.
Natalia salió de improviso al jardín, sorprendiendo a Roberto que siguió hablando,
-Ok Gustavo, lo charlamos mañana, seguiré buscando, nos vemos.
-¿Gustavo? , si estuvo recién contigo, ¡estas transpirando!, (Natalia no perdía detalles). -Lo se, pero estoy tan preocupado por esos documentos, son muy importantes, estoy tan seguro que mientras estabas en casa de tu madre, volví y los dejé sobre la mesa del comedor, era domingo nadie estaba en la casa, te pedí quedarme sólo para poder terminar con eso.
 -Me voy a cambiar. Ella sacudió la cabeza.
Al cruzar el comedor, la gata refregándose en la pata de la mesa le maulló, el la miró con desprecio, y subió las escaleras

Ya, sobre el mediodía, sentados a la mesa, seguía el comentario sobre los famosos documentos, la pareja y sus hijos departían la charla, mientras Ramona servia la comida.
El comentaba que en esos documentos estaba el mejor negocio de su vida, no podía perderlos.
Mientras todos comenzaban a comer, Ramona comentó; “-Señor esta mañana cuando llegué, encontré mi cama deshecha, y bajo la misma un montón de papeles desparramados”.
Roberto sobresaltado, se ahogo con la comida. Natalia dijo, “-¿Habrá sido la gata?”.
Ramona respondió, “-Seguro que fue la gata”.
¿Dije que se llamaba Lulú?
Lulú, levanto su cola, miró a Roberto con desafío y salio como una princesa al parque.

El sintió dos puñales en la mirada de su esposa.
Ella muy diplomática le dice mientras saborea su comida, “-Amor, no imagino como fueron a parar “tus” papeles a la habitación de Ramona”.
El visiblemente turbado, sin atinar a responder, buscaba una salida, pero la mirada de Natalia le impedía pensar, Ramona se alejo tarareando, esta ves cerró la puerta con suavidad. Desde la ventana divisó a Lulú tratando de atrapar una mariposa.

El pensó, -¿Cómo pude ser tan estúpido? , no recordaba donde había dejado esos documentos.
Verónica era una mujer sensual, su juventud y su belleza lo fascinaban, no era para menos, ella sabía como manejar a un hombre, más si tenía dinero y era tan enamoradizo.
Se citaron en un bar, ella pidió un daikiri, el con su eterno escoses, se sintió dueño del mundo, mientras ella con una voz suave y seductora le hacia mil halagos.
 -Quisiera hacerte mía, atino a decir Roberto, ella solo sonrió, lo miró con picardía mientras que tomándolo de la corbata lo arrimó a sus labios, ese beso lo transportó sobre una nube.
-Me recomendaron un motel sobre la panamericana, (comenzó a decir) ella apoyando sus dedos sobre los labios lo hizo callar. -No amor, no te confundas, no soy un programa de motel, el extrañado y con un gesto de manos abiertas, la miró buscando una respuesta, ella con una sonrisa, dijo; “-A un motel ¡no!”.
Buscó argumentos para insistir, pero ella jugando con el dedo dentro de su camisa, volvió a repetir lo mismo. Prosiguió, -¿Acaso no tienes un lugar más íntimo, picaron?
Roberto no quería dejar pasar esta oportunidad, ¿Cuándo volvería a repetirse? Así que sólo le quedaba una solución. Pensó, sus hijos estaban en la quinta de un amigo, Natalia en casa de su madre, la empleada tenia el día franco, todo era perfecto, se lo comunicó y ella aceptó.

El BMW rugió por la avenida, los semáforos aumentaban su nerviosismo. La casa estaba situada en un barrio residencial, de profusa arboleda, veredas angostas y amplios jardines, calles empedradas de adoquín, lo que diríamos, un barrio paquete.
Al llegar, la calle estaba desierta, eso lo tranquilizó, el control remoto le franqueó la entrada, al cerrarse tras ellos los ligustros impedían la visión al interior del parque.
Busco una excusa elegante, para no subir a su dormitorio, ella con su eterna sonrisa asintió, la habitación de Ramona estaba prolijamente acomodada, un maullido lo sobresaltó. -¡Épa! , dijo ella, ¿Qué pasa?, el hizo un gesto vago y la invitó a pasar, dejó su maletín sobre un mueble, y con un gesto de macho mundano, dijo; “-Ya vuelvo, traeré algo para tomar”, ¿Champagne?, -¡Brutal! , dijo ella.
Roberto se alejo contento hacia la cocina, no podría haberle salido mejor, sin imaginar el tiempo que tardó, volvió con dos copas y una botella bien helada. -¿Cómo?, ¿no te has puesto cómoda?
 -Te esperaba a vos, dijo ella mientras lo miraba con esos ojos que lo invitaba al juego amoroso.

Volvió a la realidad, la mirada de su esposa, lo seguía acosando, sin pensarlo más, se levanto de la mesa y sin decir palabra, se dirigió a la habitación de la empleada, sobre el mueble estaba su maletín, Ramona había juntado los papeles y los depositó junto al mismo.
Comenzó a ordenar, algunas hojas estaban dobladas, ¿Como pudieron caerse solas? si estaba cerrado, las hojas se habían desparramado. Algo que brillaba en el piso le llamó la atención, eran sus llaves, no se había percatado que le faltaban, cuando Verónica insistió en regresar a su casa en taxi, el abrió con el control remoto. Ella y su enorme bolso, nunca entendió por que llevan tantas cosas las mujeres.
Al abrirlo le llamo la atención que el mismo estaba sin llaves, el interior estaba revuelto, y allí comprendió.
Ya era tarde, cheques, valores, dólares y tarjetas habían desaparecido. El -¡Noooo! Que surgió de su garganta, fue desgarrador, con la cabeza entre las manos se dejó caer sobre la cama, se sentía derrotado, deseaba llorar, gritar, romper cosas, ¿Qué le diría a su mujer?
Desaparecer el portafolios no podía, Ramona lo había visto, ni siquiera reportarlo como robado. Llamó a Verónica dispuesto a todo, solo una voz de computadora le respondió, “El número solicitado se encuentra fuera de servicio”, encendió un cigarrillo y salió al parque a tomar aire, ya nada podía hacer, al pasar por la ventana de la cocina, vio que Ramona estaba alegre disfrutando de buena música, se oía aquel tema que decía……
“La vida te da sorpresas… sorpresas te da la vida.”
Al pasar Lulú solo lo miró, y siguió su camino, como siempre con la cola en alto y su andar ondulante como una princesa.
Al fin y al cabo, ella, era La gata.

El Romualdo


El Romualdo


Romualdo Leguizamón, nos es cualquier tipo, su fama de guapo trascendió el sur de la capital, su daga fue famosa y respetada.
Nació a orillas del Maldonado, en un hogar humilde, aunque la vida lo golpeó, el no se amilanó. El barro de la calle lo forjo y lo hizo duro.

Nunca fue a la escuela, ¿para que?, los guapos como el sólo necesitan su daga, y el poncho pampa que nunca lo abandono. Soportó ver a su madre derrumbada por el alcohol, haciendo la vida en un piringundín de mala muerte. Se mordió jurando cobrarse con cada uno de los tipos que la usaba, pero más adelante comprendió y trato de ayudarla para que deje esa vida. A su padre jamás lo conoció, dicen que era un changarín del puerto, y sobre todo gran bailarín, llevaba el tango en sus venas.

Romualdo heredó ese prestigio del hombre, alguien recuerda haber oído al cantinero del Armenonvíl, decirle; “Oiga Leguizamón, me esta gastando el piso hombre”, Este le respondió; “Tranquilo Venancio, anda y me servís otra caña”.

Ya pasados los cuarenta, seguía soltero, a pesar de que las candidatas hacían fila para conseguir sus amores, hombre duro para acollararse. Pero un día, en un bailongo, dos ojásos renegridos como la noche lo encandilaron, y así entre filigranas de un tango bien canyengue, sucumbió. El romance que allí nació, lo marcó para siempre.

Ella era mucho menor, una niña bien que no se privaba de los placeres de la vida, lo provocó con la mirada, el acepto el envite, y sin más salieron a bailar, ante la envidia de las demás mujeres. Ella se sabía ganadora, nunca se le escapó un candidato, pero este era el premio mayor.

Contrastaba la juventud, la belleza y sobre todo la imagen fina y elegante de ella con la estampa recia y varonil del guapo, pero eso no les importaba. Noche a noche se vieron entre copas de champagne, tangos y arrumacos, así fue pasando el tiempo, hasta que…

Como siempre el diablo metió la cola. Una noche apareció un joven muy bien plantado, y con mentas de cuchillero, arrogante y muy audaz, se corrió la voz  que era de Monserrat, no venía solo, un par de compinches lo acompañaban, aduladores y también fanfarrones como el, bien vestidos, eran del centro, ademas en una voiturette último modelo, (regalo de papá) ocuparon una mesa y pidieron champagne, relojearon el mujeraje, y este clavo los ojos en la dama del taita, que no dijo nada pero se quedó mirando.
El joven envalentonado, tras apostar con sus amigos, se dirigió a la mesa e invito a bailar a la dama, ella le regaló una sonrisa y miró a su hombre para ver su reacción, este solo dijo; “Andate muchacho, no molestes”. El joven lo ignoró e insistió con el galanteo. Romualdo sin inmutarse le dijo; “No juegues con tu vida”, y se le quedó mirando, el otro con una mirada burlona, sonriendo se abrió el saco para mostrarle el revolver que portaba en la cintura. “¿Y crees que con eso basta?”, preguntó Romualdo.
El joven se paró ante el con las manos en la cintura, y su sonrisa burlona. “¿Por qué viejito?” (Preguntó). El guapo se levantó despacio, acomodando el funyi, y se plantó ante el insolente, “No digas que no te advertí”, (le dijo) el muchachito llevo las manos a la cintura para sacar el arma, pero un planazo en pleno rostro lo acostó cuan largo era, tras un momento de incertidumbre, atontado por el golpe se paro arma en mano, sonaron tres disparos que se perdieron quien sabe donde, mientras caía en un gran charco de sangre.
El resto es historia, tras defender con coraje su amor,  terminó en la gayola, doce largos años en la sombra, los que templaron su espíritu, llevándose su fama de guapo.
Al salir la buscó afanosamente, ella nunca lo visitó, sólo le quedaba su recuerdo. Al cabo de algún tiempo se enteró que ya tenía otra vida, lógicamente dentro de su escala social.
Acodado en el estaño, con unas cuantas cañas de más, hoy la recuerda, pero no le guarda rencor, el ha cambiado, ya no se luce bailando, ni lleva consigo su daga.
Su actual pareja lo comprende, comparten un amor sin fronteras, se conocieron en aquellos años de encierro, compartían celda, y así nació el romance. Romualdo y Juan Manuel son felices.
Como dije al comienzo, Romualdo Leguizamón , no es cualquier tipo.





Luis A. Molina

Clara

Clara


Clara era muy joven para esa soledad. Allí había llegado con Rodrigo buscando un nuevo horizonte. Se sentían tan libres. Todo un mundo alrededor sólo para ellos, a él le encantaba ese lugar, ella de a poco se fue acostumbrando. Ella había prometido seguirlo a donde fuera, y lo estaba cumpliendo, aún a costa de haber abandonado sus sueños, amistades, una carrera universitaria. Lo amaba y eso era lo único que importaba.

Acababa de terminar el secundario y ya soñaba con la facultad; ansiaba estudiar Derecho. Lo vio y no pudo olvidar su manera de hablar, su aspecto de aventurero, no era la única que lo admiraba, ya que era el comentario dentro del grupo de chicas del lugar. Se sintió presa, ansiando solo estar en sus brazos y ser correspondida.
El también quedo prendado de su encanto, esa risa cantarina y sobre todo el celeste de su mirada, la larga cabellera de color castaño claro que bajaba más allá de sus hombros.

Sábado a la noche. El grupo de amigas salió a divertirse, Clara no imaginó que aquella sería su tan ansiada noche, “él”, estaba allí.
Un baile fue el motivo esencial para el encuentro y a partir de allí no se separaron más. El debía partir, ya lo tenía planeado, quería forjar un futuro en un lugar remoto de la Patagonia, siempre lo había deseado y a través de la gestión de un tío había conseguido este puesto de guardafauna. Le insinuó compartir esta nueva etapa, ella no lo dudó, y así fue como llegaron a este lugar.

Todo era lúdico al principio, la belleza del entorno, la proximidad de la montaña, el valle que se extendía ante la vista, cual si fuera una postal. Un par de kilómetros hacia el sur un lago completaba el panorama.
La pareja vivía feliz, siendo tan compinches sin apartarse casi nunca, solo cuando el debía hacer su recorrida mensual, eran un par de días en los cuales recorría el parque a caballo acompañado por un lugareño, era una larga travesía.

Clara debía quedarse sola. Le costaba hacerlo, sobre todo por las noches, pero con el tiempo fue dominando el miedo. El vecino más cercano estaba lejos, cruzando el río, y se veían muy poco, así que pasaba esos días cuidando sus animales y una huerta que les brindaba el sustento.
Aprendió a soportar la crudeza del invierno. El hecho de estar tan cerca de la cordillera lo tornaba más cruel, solían quedar aislados durante semanas, al volver, el sol dibujaba una sonrisa en el rostro de Clara
.
Aquel invierno había sido duro, ya la primavera templaba el ambiente, la nieve, casi había desaparecido, una nueva alegría dominaba a la pareja; Clara lucía una panza de siete meses, y por las noches barajaban miles de nombres para el que seguro iba a ser un varón. En sus pocos ratos libres el había construido una cuna con madera del lugar. Ella no se sentía muy bien, había bajado de peso, producto de un estado gripal que la afectó durante el invierno, como no pudo salir por la intensa nevada debió curarse solo a medias, todavía la tos la agitaba y debía sentarse a descansar. Algunas veces solo quedaba recostarse hasta sentirse mejor.
Por ser tan orgullosa, de ninguna manera dejaba sus obligaciones a pesar de los retos de su marido, consideraba que no era nada más que cansancio.
Rodrigo debió  partir a su recorrida como tantas veces, Ella lo despidió desde la galería. Se quedó mirando hasta que el y su caballo se perdieron tras la lejana arboleda. Para no sentirse triste se puso a trabajar de inmediato; Así, pasó la mañana. Pero después de almorzar comenzó a sentirse mal, sintió palpitaciones y un dolor agudo en su vientre. Se recostó como siempre, esperando que pasara, pero eso no ocurrió. Asustada y nerviosa decidió salir a buscar ayuda. Caminó por el bosque varias horas, el dolor cada vez era más fuerte, se sentía ahogada; pero aún así no claudicó.
Ya era noche cuando tras vadear el río, vio la casa de sus vecinos, las fuerzas la abandonaban, las contracciones eran cada vez más intensas, ya casi no podía caminar.
Comenzó a gritar pidiendo ayuda, por suerte desde la casa la escucharon gracias al silencio de la noche. El matrimonio y su hijo salieron presurosos linterna en mano hacia donde se encontraba. Ya no caminaba, había roto bolsa y el líquido amniótico cubría sus piernas. Se había dejado caer junto a un árbol. Casi no podía respirar (Las contracciones eran constantes. Un fuerte dolor en el pecho le quitaba la respiración). Al llegar la encontraron sentada en el suelo tomándose el pecho, muy agitada, los ojos muy abiertos, y también asustada. La mujer se abocó de inmediato a ayudar a nacer a la criatura, el hombre trató de ayudar a Clara, que con cada contracción apretaba más fuerte (el brazo del hombre). El bebé ya estaba en las manos de la mujer, y Clara ya sin fuerzas quedó quieta.
Un llanto se dejo oír en la noche, anunciando una nueva vida. Clara, no lo escucho.



Luis A. Molina